La última lección de un maestro de la lectura.
En El lector desprevenido se analizan, con numerosos ejemplos de varias literaturas y de épocas diferentes, muchos de los escollos que dificultan o impiden el acceso del lector al texto, que a veces resulta no sólo intransferible entre culturas y épocas distintas, sino incluso intraducible de un idioma a otro cercano. En buena medida, pues, El lector desprevenido plantea y aclara algunas de las infinitas dificultades que pueden oscurecer o perturbar nuestra relación con la obra artística.
Una de las ventajas de la literatura es preservar, anulando siglos y fronteras, mensajes, historias, fabulaciones y sentimientos de los que muchos seres humanos dejaron constancia escrita. Pero no siempre esos mensajes llegan íntegros y cabales al lector actual. En primer lugar, porque toda obra literaria está escrita en el lenguaje y con los giros de una época determinada. Además, la obra ha sido concebida y desarrollada por un autor formando ideas, modos de vida o creencias que tal vez son ajenas a nosotros, destilan sobre el texto y es necesario hacerse cargo de ellas.
La literatura se nutre esencialmente de literatura. Cada obra remite, explícitamente o no, a otras anteriores, aunque de formas diferentes: plagio, imitación, parodia, eco, intertexto, homenaje o reelaboración. A medida que revisamos estas modalidades tenemos la impresión de introducirnos sin remedio en el territorio de la literatura comparada; o que, como se decía sobre la materia a la pata la llana, en literatura nada se crea, en rigor, de la nada ni se destruye por completo, sino que se transforma. Resulta imprescindible indagar las relaciones posibles de la literatura con sus fuentes literarias, que también se examinan en estas páginas hasta deducir que, en sus aspectos primordiales, la literatura se sustenta en la literatura y la dilata, la prolonga, la transforma y la explica.